La temática climatológica no es, solamente, un asunto de meteorólogos. Ni se refiere únicamente al pronóstico del tiempo y saber cómo se comportará en el futuro próximo o lejano. Para los arquitectos, la cuestión se convierte en un saber que puede ser determinante; particularmente en un país como el Paraguay. Tanto sea por razones derivadas de sus características físico-geográficas –que lo ubican en pleno trópico- como por su limitada capacidad de respuesta –especialmente si se considera la condición socioeconómica de su población- por fuera de los sistemas pasivos de acondicionamiento del hábitat. Ambas razones –y a lo mejor otras más- hacen sumamente vulnerables las estrategias de sobrevivencia que utiliza el paraguayo para sobrellevar, en condiciones mínimas de confort, un ambiente natural sumamente generoso y un poco benigno pero particularmente agresivo (aunque esto parezca una contradicción); sobre todo en lo que se refiere al calor. Para expresar mejor los conceptos básicos se podría decir que la arquitectura “instala” al hombre en un sitio determinado; pero no lo hace de cualquier manera. Se supone que pretende –por lo menos debería intentar- hacerlo de forma conciliadora y, además, confortablemente; pero siempre utilizando recursos apropiados. A estos efectos se requiere de un aspecto disciplinar que el arquitecto tiene que comprender a cabalidad: la cuestión climática. Y, si es posible, reconocerla científicamente; porque de ese reconocimiento nacen las mejores respuestas ambientalmente sustentables.